Bienestar Emocional
Cuidar y Acoger
Culturalmente hemos desarrollado una especie de avidez de enterarnos de “las copuchas” de los demás. Es parte de nuestro hábito cotidiano, contar entre “nosotros”, los acontecimientos o situaciones que les suceden a los otros.
Al parecer, todos sentimos el impulso hablar de los demás, especialmente, cuando no están presentes. Tenemos la costumbre de hacer conversación a través de traer a colación asuntos sobre las vidas de otras personas. Puede ser una forma de romper los incómodos silencios cuando no se nos ocurre qué decir (¡ya, hablemos de otros!). “¿Qué es de fulanita? ¿Te acuerdas de él? ¿En qué esta?, Fíjate, que me contaron que….”. O simplemente la vieja costumbre de elevar a tema de conversación interesante, el comentar sobre otros. Muchas veces, contamos los problemas que hemos con los demás (que por lo demás siempre es información sesgada, desde nuestro punto de vista), ya que de alguna manera, abrigamos inconscientemente un deseo de reparar o vengar nuestra frustración con el/la persona de la que estamos hablando, a través de destacar sus errores, o sus conductas “negativas”.
Hemos de saber que el lenguaje y las palabras crean realidades, ya que inmediatamente formaremos ideas (imágenes y emociones), acerca de esa otra persona en nuestro pensamiento. Es difícil borrarse una imagen, cuando previamente a conocerla, esa persona ya ha sido descalificada. Destacar, criticar, los aspectos en los que la otra persona no se ajusta a un estándar, o derechamente tergiversar o exagerar una historia, para inclinar la balanza hacia disminuir el valor de su imagen ante los otros, nos predispone a reacciones futuras negativas hacia esa persona, en base a lo escuchado. Es así como se va generando la discriminación social y al vacío en la comunicación que practican “los informados”, con la persona en cuestión. Eso puede asemejarse a una especie de “bullying”, pero que es “silencioso”, no utiliza golpes físicos, y la persona que lo sufre, nunca se enteró de que los otros hablaron a sus espaldas cosas negativas de él/ella. Simplemente se encontró con indiferencia o una baja acogida por parte del grupo. Haremos siempre muchísimo menos daño, si, al tener discrepancias en la información, problemas por resolver, o conflictos con otra persona, buscamos el momento adecuado, para sostener una conversación honesta, individual y privada con ella. El resto de las conversaciones, podrán versar, sobre temas más interesantes, que nos permitan aprender juntos y conocernos mejor.
El Valor del Contacto Físico
A través del sentido del tacto, aprendemos tempranamente a conectarnos y a conocer el mundo. El niño, necesita tocar para comprobar, cual pequeño científico, que el objeto que toca, tiene la misma forma del objeto que observa. Es así como el pensamiento en un comienzo, está comandado por esa experiencia concreta de la realidad. Asimismo, el niño, necesita ser tocado y nutrido en la caricia, para desarrollar y delimitar su existencia como un “yo”, como un ser único y distinto a sus padres y al resto de los “otros” que lo rodean. En el sentido del tacto, se plasman entonces, los primeros recuerdos del contacto con la propia existencia, en el mundo social. En estas experiencias tempranas, es donde los seres humanos aprendemos literalmente de primera mano, el sentido de aceptación y el sentido de pertenencia, tan básicos y necesarios. Ambos, colaboran en el desarrollo de la confianza en nuestro valor como personas. Tuvimos variadas experiencias con respecto al contacto físico, sin embargo, las experiencias que nos permiten estirar los brazos para acoger a otros, para acariciar, para abrazar y demostrar el afecto, las adquirimos como base, en esas experiencias tempranas. No todo está perdido. Darnos cuenta de las dificultades que tenemos para expresar nuestras emociones, y para acoger las de los demás, a través del lenguaje corporal y del contacto físico, especialmente el afecto, es uno de los primeros pasos. Estar dispuestos a “trabajarlo” para mejorar, es otro más. Comenzar a repararnos y a reparar con otros, esta forma tan esencial de vincularnos con los demás, es uno de los desafíos que tendremos por delante.
Tocar, principalmente es reconocer, es validar, a otro como ser humano. Tocar, es brindar una bienvenida a mi existencia, y al mismo tiempo, reconocer mi necesidad de ser parte de la existencia del otro.
La Autenticidad
Incontables veces tenemos miedo a decir lo que pensamos, a aportar con una idea nueva, a hacer preguntas. ¡Estamos tan deformados, tratando de uniformarnos!, y lo peor: uniformarnos en base a nuestra apariencia física, que por más recursos que invirtamos, continuará exudando su siempre natural característica: la caducidad. ¿Qué nos ha hecho creer que tenemos que parecernos todos?. Hemos desarrollado gruesas callosidades en el sentido del ridículo, de manera que nos da mucha vergüenza desde comportarnos, hasta pensar en forma mínimamente distinta. Tan profundo es este efecto, que creemos hasta tener necesidades en torno a la uniformidad, por ejemplo el perentorio hábito social de seguir “la moda”; estar al día en los IN y los OUT; sentirse fuera de foco, si no haces lo que hacen todos, imitar a los que “la llevan”. Caminamos por la calle, con un peinado distinto, tal vez un color fuerte de sombrero, una ropa extravagante “según nosotros”, y asumimos en forma automática que el resto de los paseantes están pendientes de mirarnos, para enjuiciar en forma despectiva “nuestro atrevimiento” (el qué dirán).
Conocernos, es aceptarnos. Cuando digo que no me acepto, es probablemente porque cultivo ideas despectivas acerca de mi mismo. La autenticidad no implica la idea de ser distintos al resto, ya que esta visión, sugiere ver “al resto”, como un grupo uniforme de individuos parecidos entre sí, siendo yo el que sobresale. La autenticidad real es, conocer quienes somos (fortalezas, talentos, habilidades, debilidades, límites, dificultades) y qué herramientas podemos desarrollar durante este autoconocimiento, el que no debe cesar; aprender a conversar con nosotros mismos; estar atentos y aprender a distinguir nuestras emociones y sus matices, junto con descubrir cómo responder mejor a ellas. Autenticidad es estar siempre atentos a los movimientos internos que nos señalan o inspiran en la búsqueda incesante de nuestro sentido personal. Autenticidad plena, es cuando podemos distinguir que todos los otros seres humanos se encuentran en la misma ruta, y nos animamos a invitarlos a iniciar entonces, el diálogo sin fronteras de la sinceridad.
La necesidad de saberse amados
Cada persona tiene formas muy particulares e individuales en las que necesita saberse y/o sentirse amado/a por otros. Debido a que esta forma particular es única, personal y no siempre consciente, las personas en general asumen y esperan que los demás (especialmente en las relaciones de pareja) sepan y/o adivinen cómo necesitan ser particularmente amados/as. Esta situación o desafío comunicacional, es la fuente de infinitos conflictos y errores de interpretación a través de los cuales, si no es posible conversarlos, surge y crece la insatisfacción con la relación. Todas las personas tenemos expectativas de lo que esperamos que otro haga por nosotros, para sabernos y sentirnos amados. Los invito a realizar el siguiente ejercicio con su pareja: En un ambiente tranquilo, dense un tiempo para responder mutuamente a las siguientes preguntas: ¿En qué te sientes amado/a por mí? Y ¿En qué necesitas ser amado/a por mí?. Se sorprenderán al darse cuenta de que: pueden sintonizarse mucho mejor el uno con el otro en descubrir los secretos que guarda cada uno, con respecto a sus necesidades de amor; pueden descubrir en qué se saben amados cada uno y lo que necesitan; y pueden mejorar en hacer saberse amados/as a sus parejas.
El Concepto del Nosotros
En toda relación humana, existe la concepción y la expectativa del “nosotros”. Somos siempre esencialmente: un Tú, un Yo (visto desde la perspectiva de cada uno), y un “nosotros”, que surge a partir del inicio del vínculo entre esas dos personas. Cada ser humano, aprende y elabora una expectativa acerca de ese “nosotros”. Podríamos decir, que el “nosotros”, idealmente, es el primer “lugar” emocional de nuestra vida en el que podremos descansar y satisfacer nuestras necesidades básicas de aceptación y de pertenencia absolutas. Ese primer “nosotros” surge con nuestros padres, o con quienes nos criaron. En la realidad concreta de cada día, la satisfacción de esa necesidad básica, dista de cumplirse, y todos hemos experimentado, desde las experiencias más tempranas, vivir el dolor del rechazo en diversas magnitudes, de las figuras de afecto primarias como nuestros padres, y luego de las figuras de autoridad. Es decir, hemos necesitado aprender a vivir con las dudas y la falta de pertenencia y aceptación, hasta adultos. Para algunos ha sido mucho más difícil que para otros, sin embargo todos enfrentamos esta realidad psicológica. Dependiendo del grado y significado con que la carencia del “nosotros” impactó nuestras vidas, con frecuencia podemos explicarnos por ejemplo porqué las personas siguen juntas en una relación, a pesar de hacerse daño mutuamente, o podemos cuestionarnos, en qué medida lesionamos la pertenencia y la aceptación con las personas que esperan la existencia de ese vínculo con nosotros, por ejemplo nuestros propios hijos. Conocer esta realidad psicológica, nos puede ayudar a conocer nuestras deudas emocionales y perdonar a los que no supieron o pudieron darnos ese lugar en un “nosotros”, o trabajar en pos de reparar los “nosotros” que nos necesitan actualmente.
Culturalmente hemos desarrollado una especie de avidez de enterarnos de “las copuchas” de los demás. Es parte de nuestro hábito cotidiano, contar entre “nosotros”, los acontecimientos o situaciones que les suceden a los otros.
Al parecer, todos sentimos el impulso hablar de los demás, especialmente, cuando no están presentes. Tenemos la costumbre de hacer conversación a través de traer a colación asuntos sobre las vidas de otras personas. Puede ser una forma de romper los incómodos silencios cuando no se nos ocurre qué decir (¡ya, hablemos de otros!). “¿Qué es de fulanita? ¿Te acuerdas de él? ¿En qué esta?, Fíjate, que me contaron que….”. O simplemente la vieja costumbre de elevar a tema de conversación interesante, el comentar sobre otros. Muchas veces, contamos los problemas que hemos con los demás (que por lo demás siempre es información sesgada, desde nuestro punto de vista), ya que de alguna manera, abrigamos inconscientemente un deseo de reparar o vengar nuestra frustración con el/la persona de la que estamos hablando, a través de destacar sus errores, o sus conductas “negativas”.
Hemos de saber que el lenguaje y las palabras crean realidades, ya que inmediatamente formaremos ideas (imágenes y emociones), acerca de esa otra persona en nuestro pensamiento. Es difícil borrarse una imagen, cuando previamente a conocerla, esa persona ya ha sido descalificada. Destacar, criticar, los aspectos en los que la otra persona no se ajusta a un estándar, o derechamente tergiversar o exagerar una historia, para inclinar la balanza hacia disminuir el valor de su imagen ante los otros, nos predispone a reacciones futuras negativas hacia esa persona, en base a lo escuchado. Es así como se va generando la discriminación social y al vacío en la comunicación que practican “los informados”, con la persona en cuestión. Eso puede asemejarse a una especie de “bullying”, pero que es “silencioso”, no utiliza golpes físicos, y la persona que lo sufre, nunca se enteró de que los otros hablaron a sus espaldas cosas negativas de él/ella. Simplemente se encontró con indiferencia o una baja acogida por parte del grupo. Haremos siempre muchísimo menos daño, si, al tener discrepancias en la información, problemas por resolver, o conflictos con otra persona, buscamos el momento adecuado, para sostener una conversación honesta, individual y privada con ella. El resto de las conversaciones, podrán versar, sobre temas más interesantes, que nos permitan aprender juntos y conocernos mejor.
El Valor del Contacto Físico
A través del sentido del tacto, aprendemos tempranamente a conectarnos y a conocer el mundo. El niño, necesita tocar para comprobar, cual pequeño científico, que el objeto que toca, tiene la misma forma del objeto que observa. Es así como el pensamiento en un comienzo, está comandado por esa experiencia concreta de la realidad. Asimismo, el niño, necesita ser tocado y nutrido en la caricia, para desarrollar y delimitar su existencia como un “yo”, como un ser único y distinto a sus padres y al resto de los “otros” que lo rodean. En el sentido del tacto, se plasman entonces, los primeros recuerdos del contacto con la propia existencia, en el mundo social. En estas experiencias tempranas, es donde los seres humanos aprendemos literalmente de primera mano, el sentido de aceptación y el sentido de pertenencia, tan básicos y necesarios. Ambos, colaboran en el desarrollo de la confianza en nuestro valor como personas. Tuvimos variadas experiencias con respecto al contacto físico, sin embargo, las experiencias que nos permiten estirar los brazos para acoger a otros, para acariciar, para abrazar y demostrar el afecto, las adquirimos como base, en esas experiencias tempranas. No todo está perdido. Darnos cuenta de las dificultades que tenemos para expresar nuestras emociones, y para acoger las de los demás, a través del lenguaje corporal y del contacto físico, especialmente el afecto, es uno de los primeros pasos. Estar dispuestos a “trabajarlo” para mejorar, es otro más. Comenzar a repararnos y a reparar con otros, esta forma tan esencial de vincularnos con los demás, es uno de los desafíos que tendremos por delante.
Tocar, principalmente es reconocer, es validar, a otro como ser humano. Tocar, es brindar una bienvenida a mi existencia, y al mismo tiempo, reconocer mi necesidad de ser parte de la existencia del otro.
La Autenticidad
Incontables veces tenemos miedo a decir lo que pensamos, a aportar con una idea nueva, a hacer preguntas. ¡Estamos tan deformados, tratando de uniformarnos!, y lo peor: uniformarnos en base a nuestra apariencia física, que por más recursos que invirtamos, continuará exudando su siempre natural característica: la caducidad. ¿Qué nos ha hecho creer que tenemos que parecernos todos?. Hemos desarrollado gruesas callosidades en el sentido del ridículo, de manera que nos da mucha vergüenza desde comportarnos, hasta pensar en forma mínimamente distinta. Tan profundo es este efecto, que creemos hasta tener necesidades en torno a la uniformidad, por ejemplo el perentorio hábito social de seguir “la moda”; estar al día en los IN y los OUT; sentirse fuera de foco, si no haces lo que hacen todos, imitar a los que “la llevan”. Caminamos por la calle, con un peinado distinto, tal vez un color fuerte de sombrero, una ropa extravagante “según nosotros”, y asumimos en forma automática que el resto de los paseantes están pendientes de mirarnos, para enjuiciar en forma despectiva “nuestro atrevimiento” (el qué dirán).
Conocernos, es aceptarnos. Cuando digo que no me acepto, es probablemente porque cultivo ideas despectivas acerca de mi mismo. La autenticidad no implica la idea de ser distintos al resto, ya que esta visión, sugiere ver “al resto”, como un grupo uniforme de individuos parecidos entre sí, siendo yo el que sobresale. La autenticidad real es, conocer quienes somos (fortalezas, talentos, habilidades, debilidades, límites, dificultades) y qué herramientas podemos desarrollar durante este autoconocimiento, el que no debe cesar; aprender a conversar con nosotros mismos; estar atentos y aprender a distinguir nuestras emociones y sus matices, junto con descubrir cómo responder mejor a ellas. Autenticidad es estar siempre atentos a los movimientos internos que nos señalan o inspiran en la búsqueda incesante de nuestro sentido personal. Autenticidad plena, es cuando podemos distinguir que todos los otros seres humanos se encuentran en la misma ruta, y nos animamos a invitarlos a iniciar entonces, el diálogo sin fronteras de la sinceridad.
La necesidad de saberse amados
Cada persona tiene formas muy particulares e individuales en las que necesita saberse y/o sentirse amado/a por otros. Debido a que esta forma particular es única, personal y no siempre consciente, las personas en general asumen y esperan que los demás (especialmente en las relaciones de pareja) sepan y/o adivinen cómo necesitan ser particularmente amados/as. Esta situación o desafío comunicacional, es la fuente de infinitos conflictos y errores de interpretación a través de los cuales, si no es posible conversarlos, surge y crece la insatisfacción con la relación. Todas las personas tenemos expectativas de lo que esperamos que otro haga por nosotros, para sabernos y sentirnos amados. Los invito a realizar el siguiente ejercicio con su pareja: En un ambiente tranquilo, dense un tiempo para responder mutuamente a las siguientes preguntas: ¿En qué te sientes amado/a por mí? Y ¿En qué necesitas ser amado/a por mí?. Se sorprenderán al darse cuenta de que: pueden sintonizarse mucho mejor el uno con el otro en descubrir los secretos que guarda cada uno, con respecto a sus necesidades de amor; pueden descubrir en qué se saben amados cada uno y lo que necesitan; y pueden mejorar en hacer saberse amados/as a sus parejas.
El Concepto del Nosotros
En toda relación humana, existe la concepción y la expectativa del “nosotros”. Somos siempre esencialmente: un Tú, un Yo (visto desde la perspectiva de cada uno), y un “nosotros”, que surge a partir del inicio del vínculo entre esas dos personas. Cada ser humano, aprende y elabora una expectativa acerca de ese “nosotros”. Podríamos decir, que el “nosotros”, idealmente, es el primer “lugar” emocional de nuestra vida en el que podremos descansar y satisfacer nuestras necesidades básicas de aceptación y de pertenencia absolutas. Ese primer “nosotros” surge con nuestros padres, o con quienes nos criaron. En la realidad concreta de cada día, la satisfacción de esa necesidad básica, dista de cumplirse, y todos hemos experimentado, desde las experiencias más tempranas, vivir el dolor del rechazo en diversas magnitudes, de las figuras de afecto primarias como nuestros padres, y luego de las figuras de autoridad. Es decir, hemos necesitado aprender a vivir con las dudas y la falta de pertenencia y aceptación, hasta adultos. Para algunos ha sido mucho más difícil que para otros, sin embargo todos enfrentamos esta realidad psicológica. Dependiendo del grado y significado con que la carencia del “nosotros” impactó nuestras vidas, con frecuencia podemos explicarnos por ejemplo porqué las personas siguen juntas en una relación, a pesar de hacerse daño mutuamente, o podemos cuestionarnos, en qué medida lesionamos la pertenencia y la aceptación con las personas que esperan la existencia de ese vínculo con nosotros, por ejemplo nuestros propios hijos. Conocer esta realidad psicológica, nos puede ayudar a conocer nuestras deudas emocionales y perdonar a los que no supieron o pudieron darnos ese lugar en un “nosotros”, o trabajar en pos de reparar los “nosotros” que nos necesitan actualmente.