Manejo Parental
psicologo infantil
Vivimos en un mundo en el que se han producido cambios vertiginosos en las costumbres y en las formas de comunicarnos, Los padres nos vemos enfrentados a realizar nuestras labores como figuras afectivas y como formadores con muchísima información disponible, sin embargo, sin la oportunidad de acceder a enseñanzas concretas sobre cómo guiar a los hijos.
Lo óptimo es saber establecer vínculos saludables con nuestros hijos y al mismo tiempo lograr ser influyentes positivamente en ellos, a través de una crianza constructiva, centrada en el ayudar a los hijos a desarrollar una buena autoestima,, basada en el compartir, enseñar, y disfrutar de una buena relación. Todo un desafío.
La psicología conductual cognitiva ofrece un amplio espectro de herramientas psicológicas y de manejo, que se ha demostrado que dan frutos de satisfacción y de cercanía en la familia.
La crianza también implica aprender a manejar con buena psicología las situaciones de conflicto y poder resolver en forma preventiva los posibles problemas que se presentan en cada etapa del desarrollo. Es necesario, saber qué hacer cuando nuestros hijos hacen rabietas, enfrentan temores, y cuando les cuesta socializar.
Lo óptimo es saber establecer vínculos saludables con nuestros hijos y al mismo tiempo lograr ser influyentes positivamente en ellos, a través de una crianza constructiva, centrada en el ayudar a los hijos a desarrollar una buena autoestima,, basada en el compartir, enseñar, y disfrutar de una buena relación. Todo un desafío.
La psicología conductual cognitiva ofrece un amplio espectro de herramientas psicológicas y de manejo, que se ha demostrado que dan frutos de satisfacción y de cercanía en la familia.
La crianza también implica aprender a manejar con buena psicología las situaciones de conflicto y poder resolver en forma preventiva los posibles problemas que se presentan en cada etapa del desarrollo. Es necesario, saber qué hacer cuando nuestros hijos hacen rabietas, enfrentan temores, y cuando les cuesta socializar.
El Abandono Afectivo
Cuán conocida y practicada es esta figura psicológica en nuestra cultura. El abandono afectivo, que genera más heridas emocionales, es el que ocurre cuando los padres (Padre /Madre), habitualmente a raíz de una separación, en algunos casos en forma progresiva, en otros en forma abrupta, descontinúan la relación que mantenían con los hijos.
En este caso y especialmente cuando el término de la relación de la pareja ha sido especialmente difícil, el padre, más frecuentemente que la madre (porque los hijos habitualmente quedan con ella), también se separa de los hijos. En todo ser humano, y a toda edad, este abandono genera profundas heridas emocionales, sin embargo en niños y jóvenes, se lesionan gravemente no sólo la percepción del valor personal o autovalía, sino también la identificación y el aprendizaje a partir de otro hombre, que es además un ser humano, que le demuestra un interés único en mantener un vínculo afectivo con él. Un niño, necesita, no sólo saberse amado incondicionalmente, sino que necesita fuertemente el saberse apoyado y guiado por otro hombre, quien lo orientará en lo que necesitan aprender los hombres para la vida. Una niña, necesita ese mismo amor incondicional y aprender a confiar y a saber qué esperar, en las relaciones con el sexo opuesto. Esto lo logrará principalmente a través de una relación cercana con su padre. Los hijos interpretan ese abandono como personal hacia ellos, aunque la dificultad se haya originado y mantenido en la pareja.
He conocido hombres que, a pesar de todas las dificultades de una separación, no escatimaron esfuerzos en mantener ese poderoso vínculo con sus hijos. Los frutos serán: hijos que llegaron a comprender la separación de sus padres, y que conservaron a pesar de todas las dificultades y dolores, el amor intacto de ambos padres.
Los hijos siempre esperarán y soñarán, aunque actúen o verbalicen en forma contraria, con la reparación de ese vínculo, tan necesario y fundamental para que cada uno llegue a sentirse a gusto con la vida. Es muchísimo más doloroso, cuando el abandono permanece, lo que es interpretado como: “En verdad, no le importo nada, no me quiere”
Nunca es tarde.
En este caso y especialmente cuando el término de la relación de la pareja ha sido especialmente difícil, el padre, más frecuentemente que la madre (porque los hijos habitualmente quedan con ella), también se separa de los hijos. En todo ser humano, y a toda edad, este abandono genera profundas heridas emocionales, sin embargo en niños y jóvenes, se lesionan gravemente no sólo la percepción del valor personal o autovalía, sino también la identificación y el aprendizaje a partir de otro hombre, que es además un ser humano, que le demuestra un interés único en mantener un vínculo afectivo con él. Un niño, necesita, no sólo saberse amado incondicionalmente, sino que necesita fuertemente el saberse apoyado y guiado por otro hombre, quien lo orientará en lo que necesitan aprender los hombres para la vida. Una niña, necesita ese mismo amor incondicional y aprender a confiar y a saber qué esperar, en las relaciones con el sexo opuesto. Esto lo logrará principalmente a través de una relación cercana con su padre. Los hijos interpretan ese abandono como personal hacia ellos, aunque la dificultad se haya originado y mantenido en la pareja.
He conocido hombres que, a pesar de todas las dificultades de una separación, no escatimaron esfuerzos en mantener ese poderoso vínculo con sus hijos. Los frutos serán: hijos que llegaron a comprender la separación de sus padres, y que conservaron a pesar de todas las dificultades y dolores, el amor intacto de ambos padres.
Los hijos siempre esperarán y soñarán, aunque actúen o verbalicen en forma contraria, con la reparación de ese vínculo, tan necesario y fundamental para que cada uno llegue a sentirse a gusto con la vida. Es muchísimo más doloroso, cuando el abandono permanece, lo que es interpretado como: “En verdad, no le importo nada, no me quiere”
Nunca es tarde.
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/ Cel +56952073754
12 Norte 785 Oficina 1201,
Viña del Mar, Chile.
sicologamarianasearle@gmail.com
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Familias Unidas
En muchas oportunidades me han preguntado cómo se puede reparar una relación, especialmente con los hijos adolescentes, que ya está desgastada por el conflicto y el choque emocional permanente. Los padres, con muchísima frecuencia expresan sentirse culpables por el tono emocional que ha ido tomando la relación con su o sus hijos, sin embargo, no han podido idear la forma de bajar el tono al conflicto y realmente refieren estar atrapados en un círculo amor-“odio” con ellos.
Es cierto que, muchas veces perpetuamos los mismos patrones, cuando no logramos salir de nuestras respuestas habituales y nos desesperamos porque no se nos ocurre nada nuevo, y volvemos a retar, o a dar “el sermón” o a castigar, cuando los resultados evidentemente demuestran que no vamos por el camino acertado.
Primero, es necesario que todos nosotros logremos hacer plenamente consciente el hecho de que en general todos los seres humanos, y en este caso muy especialmente los hijos adolescentes, damos una importancia vital a los vínculos afectivos, especialmente a los lazos o relación con figuras importantes, ya sea con los padres o las personas que nos han cuidado. Segundo, los hijos en esa edad, ya han comenzado a crear su propio análisis del mundo, de nosotros sus padres, y de toda la vida en general. Este aspecto generalmente es desconsiderado por los padres, y no lo tomamos como un aspecto fundamental en la relación con ellos.
Los padres en general, tendemos a pensar que tenemos la prerrogativa en la relación con los hijos, en el sentido de que somos nosotros quienes debemos llevar la “dirección” de la relación y quienes determinamos lo que sucederá en ella. Actuamos siempre en un “nosotros somos los padres, y los hijos, son los hijos: punto”. Nos movemos en general, por la idea de que debemos formar a los hijos y ser sus “mentores” en los temas de la vida, lo que es un planteamiento bien orientado en sí mismo, sin embargo, estamos habitualmente muy escasamente abiertos a recibir retroalimentación de vuelta, por parte de ellos.
Tendemos a funcionar “unilateralmente”, en base a relegarlos al silencio con respecto a sus opiniones respecto de nosotros, y de nuestra relación con ellos. Lamentablemente, no les preguntamos y habitualmente los tratamos sólo como hijos, no como otro ser humano, que vive muy cerca de nosotros y que nos puede hacer grandes aportes para seguir aprendiendo, madurando y adaptándonos.
Los hijos, siempre, siempre nos están observando y muy posiblemente tendrán retroalimentación valiosísima que darnos, en relación a cómo nos ven y cómo viven la relación. Cuando nos atrevamos a preguntarles, estaremos abriendo la puerta a un camino de profunda riqueza interior y de cambio positivo, ya que ellos podrán también comenzar a educarnos para ser mejores padres, y mejores seres humanos. Esta es una de las primeras formas de mostrar un interés original por sus perspectivas y su opinión como personas. Además, estaremos mostrando un interés genuino por nuestra relación con ellos, ya que demostraremos que también nos importa lo que ellos piensan de nosotros. Los invito a atreverse a preguntar. Se encontrarán con todo un mundo nuevo de unidad, alegría, visión de futuro y real identidad familiar.
Mariana Searle, (Mayo, 2014).
Es cierto que, muchas veces perpetuamos los mismos patrones, cuando no logramos salir de nuestras respuestas habituales y nos desesperamos porque no se nos ocurre nada nuevo, y volvemos a retar, o a dar “el sermón” o a castigar, cuando los resultados evidentemente demuestran que no vamos por el camino acertado.
Primero, es necesario que todos nosotros logremos hacer plenamente consciente el hecho de que en general todos los seres humanos, y en este caso muy especialmente los hijos adolescentes, damos una importancia vital a los vínculos afectivos, especialmente a los lazos o relación con figuras importantes, ya sea con los padres o las personas que nos han cuidado. Segundo, los hijos en esa edad, ya han comenzado a crear su propio análisis del mundo, de nosotros sus padres, y de toda la vida en general. Este aspecto generalmente es desconsiderado por los padres, y no lo tomamos como un aspecto fundamental en la relación con ellos.
Los padres en general, tendemos a pensar que tenemos la prerrogativa en la relación con los hijos, en el sentido de que somos nosotros quienes debemos llevar la “dirección” de la relación y quienes determinamos lo que sucederá en ella. Actuamos siempre en un “nosotros somos los padres, y los hijos, son los hijos: punto”. Nos movemos en general, por la idea de que debemos formar a los hijos y ser sus “mentores” en los temas de la vida, lo que es un planteamiento bien orientado en sí mismo, sin embargo, estamos habitualmente muy escasamente abiertos a recibir retroalimentación de vuelta, por parte de ellos.
Tendemos a funcionar “unilateralmente”, en base a relegarlos al silencio con respecto a sus opiniones respecto de nosotros, y de nuestra relación con ellos. Lamentablemente, no les preguntamos y habitualmente los tratamos sólo como hijos, no como otro ser humano, que vive muy cerca de nosotros y que nos puede hacer grandes aportes para seguir aprendiendo, madurando y adaptándonos.
Los hijos, siempre, siempre nos están observando y muy posiblemente tendrán retroalimentación valiosísima que darnos, en relación a cómo nos ven y cómo viven la relación. Cuando nos atrevamos a preguntarles, estaremos abriendo la puerta a un camino de profunda riqueza interior y de cambio positivo, ya que ellos podrán también comenzar a educarnos para ser mejores padres, y mejores seres humanos. Esta es una de las primeras formas de mostrar un interés original por sus perspectivas y su opinión como personas. Además, estaremos mostrando un interés genuino por nuestra relación con ellos, ya que demostraremos que también nos importa lo que ellos piensan de nosotros. Los invito a atreverse a preguntar. Se encontrarán con todo un mundo nuevo de unidad, alegría, visión de futuro y real identidad familiar.
Mariana Searle, (Mayo, 2014).
El Miedo a los Padres
Otra trampa emocional es la situación crónica en la que los padres u otros adultos a cargo, o con quienes el niño tiene un vínculo cotidiano, hacen efectivo a través de la comunicación coercitiva, el mandato de la obediencia ciega. Si el niño osa trasgredir alguno de los numerosos límites impuestos, recibe de vuelta un castigo “ejemplar”, posiblemente privarlo de alguna necesidad básica como socializar, recrearse, ó descansar, que lo van haciendo con el tiempo temer al enojo del padre/madre, por un lado, guardar para sí, la rabia que le generan la agresión y la manipulación emocional de esta situación y aislarse socialmente.
La respuesta a ese mandato de dominación exclusiva, es la sumisión psicológica y emocional total, que tiene como base el miedo. Este miedo, que prontamente se transforma en ansiedad, es el terror del hijo/a de perder el amor del padre/madre. También se asocia a la pertenencia, ya que el niño temerá además ser “desterrado” del lugar emocional en donde encuentra y recibe el amor paterno. Incluso, puede hipotéticamente, puede también temer literalmente la expulsión del seno familiar o del hogar. Esto, aunque parezca extremo, lo he observado en mi ejercicio profesional. De esta forma, la ansiedad se instala cuando, el castigo, el rechazo, la indiferencia se hacen estables en el tiempo, y el niño comienza a temer constantemente la pérdida de la preferencia del padre o de la madre, perdiendo al mismo tiempo, la satisfacción de la necesidad de ser único y especial, crucial para el desarrollo de la autoestima.
El niño, inconscientemente sabe que el padre/madre se ha excedido en la violencia, sin embargo, al mismo tiempo duda de su autovalía, si es que otro ser humano, nada menos que su propio padre ó madre, es capaz de asestarle ese tipo de golpes psicológicos ó físicos. Es decir, si ese otro ser humano tan importante para él, fue capaz de agredirlo, posiblemente es porque se lo merece, debido a sus fallas. Esto explica el pudor que sienten los niños al relatar experiencias de abuso.
Por lo tanto, frente a alguien a quien el niño ya sabe que puede perder, decepcionar, hacer enojar, causarle que pierda el control y lo golpee, “desactiva”, para su seguridad vital, el mecanismo de la frustración, por lo que aprende a no expresar la emoción de la rabia, se vuelve inseguro con respecto a sus percepciones de la realidad, y calla cuando es agredido. En suma, se hace partícipe y víctima a la vez, de la “locura” emocional de sus progenitores.
Mariana Searle, (Abril, 2014).
La respuesta a ese mandato de dominación exclusiva, es la sumisión psicológica y emocional total, que tiene como base el miedo. Este miedo, que prontamente se transforma en ansiedad, es el terror del hijo/a de perder el amor del padre/madre. También se asocia a la pertenencia, ya que el niño temerá además ser “desterrado” del lugar emocional en donde encuentra y recibe el amor paterno. Incluso, puede hipotéticamente, puede también temer literalmente la expulsión del seno familiar o del hogar. Esto, aunque parezca extremo, lo he observado en mi ejercicio profesional. De esta forma, la ansiedad se instala cuando, el castigo, el rechazo, la indiferencia se hacen estables en el tiempo, y el niño comienza a temer constantemente la pérdida de la preferencia del padre o de la madre, perdiendo al mismo tiempo, la satisfacción de la necesidad de ser único y especial, crucial para el desarrollo de la autoestima.
El niño, inconscientemente sabe que el padre/madre se ha excedido en la violencia, sin embargo, al mismo tiempo duda de su autovalía, si es que otro ser humano, nada menos que su propio padre ó madre, es capaz de asestarle ese tipo de golpes psicológicos ó físicos. Es decir, si ese otro ser humano tan importante para él, fue capaz de agredirlo, posiblemente es porque se lo merece, debido a sus fallas. Esto explica el pudor que sienten los niños al relatar experiencias de abuso.
Por lo tanto, frente a alguien a quien el niño ya sabe que puede perder, decepcionar, hacer enojar, causarle que pierda el control y lo golpee, “desactiva”, para su seguridad vital, el mecanismo de la frustración, por lo que aprende a no expresar la emoción de la rabia, se vuelve inseguro con respecto a sus percepciones de la realidad, y calla cuando es agredido. En suma, se hace partícipe y víctima a la vez, de la “locura” emocional de sus progenitores.
Mariana Searle, (Abril, 2014).
La Aprobación de los Adultos
Los seres humanos estamos “hechos” para aprender a vivir en interacción con otros, es decir, somos seres sociales. La dificultad o facilidad con que realicemos esa tan importante característica de nuestro desarrollo depende de las múltiples experiencias de aprendizaje que tenemos a lo largo de la vida. Cada etapa es importante, sin embargo, decididamente, está comprobado que las experiencias tempranas durante las primeras etapas del desarrollo, llámese primeros pasos y niñez, son cruciales para la promover seguridad psico-emocional básica de toda persona.
Cada niño necesita sentirse amado y saberse validado, reconocido, valorado como ser único y especial. Esa experiencia aporta un sustento fundamental, a través del cual, el niño aprende a conocerse como alguien importante, digno de tomarse en cuenta, además de valorado en su existencia y su aporte a este mundo (familia, escuela, comunidad, etc.). Esa experiencia por lógica, es esperada de los padres, especialmente en las primeras etapas, sin embargo, está demostrado que si al menos el niño tiene esa experiencia con un adulto que sepa entregarle ese amor y aceptación básicos, tendrá una buena base desde donde ir incorporando los siguientes necesarios aprendizajes. Muy prontamente, hoy en día, en que los niños entran chicos al Jardín Infantil, comienzan a jugar un rol fundamental también, los otros adultos “importantes” en la vida de los niños: los profesores.
Muy posiblemente, todos tenemos en nuestro bagaje de experiencias infantiles, aquellas que nos hicieron sentir mal con nosotros mismos (descalificaciones, ridiculizaciones, negaciones, abandono, manipulación). Esta situación tiene muy cercana relación con que antiguamente, con mayor énfasis, se educaba tanto en el hogar como en el colegio, para la “disciplina”, para que las personas nos acomodáramos a un molde común, y de alguna imposible manera, fuéramos todos uniformados en nuestras tan diversas formas de ser. Ese modelo se sigue aplicando hoy quizás con el mismo énfasis en nuestro sistema educativo. Existía incluso un nombre para los que se “desviaban” levemente o para los que se atrevían a desafiar el sistema, los que además recibían el repudio del desprestigio social, dentro del colegio. Todos los que se atrevían a demostrar su verdadera esencia, eran aislados y alienados de los círculos de pertenencia. Hoy en día, nuestro sistema educativo, permanece funcionando de manera parecida. Los niños que tienen dificultades de “adaptación”, son tratados como un “problema” para este sistema, recibiendo retos, anotaciones, llamadas de atención, y mala fama dentro del colegio.
Se requerirán muchos años más, para que nuestro sistema educativo pueda generar las experiencias que provean confort emocional, seguridad afectiva, y autovalidación. Actualmente, se requiere la planificación de núcleos de experiencias escolares tempranas que favorezcan un desarrollo emocional saludable en nuestros niños.
Mariana Searle (Mayo, 2014).
Muchas personas, hoy en día experimentan las secuelas de haber sido educados en este rigor por el rigor, exagerado y tendiente a hacernos sentir disminuidos como seres humanos. Para muchos de nosotros, sanar esas experiencias tempranas requiere probablemente de mucho trabajo interior, junto tal vez, a la ayuda de profesionales.
Cada niño necesita sentirse amado y saberse validado, reconocido, valorado como ser único y especial. Esa experiencia aporta un sustento fundamental, a través del cual, el niño aprende a conocerse como alguien importante, digno de tomarse en cuenta, además de valorado en su existencia y su aporte a este mundo (familia, escuela, comunidad, etc.). Esa experiencia por lógica, es esperada de los padres, especialmente en las primeras etapas, sin embargo, está demostrado que si al menos el niño tiene esa experiencia con un adulto que sepa entregarle ese amor y aceptación básicos, tendrá una buena base desde donde ir incorporando los siguientes necesarios aprendizajes. Muy prontamente, hoy en día, en que los niños entran chicos al Jardín Infantil, comienzan a jugar un rol fundamental también, los otros adultos “importantes” en la vida de los niños: los profesores.
Muy posiblemente, todos tenemos en nuestro bagaje de experiencias infantiles, aquellas que nos hicieron sentir mal con nosotros mismos (descalificaciones, ridiculizaciones, negaciones, abandono, manipulación). Esta situación tiene muy cercana relación con que antiguamente, con mayor énfasis, se educaba tanto en el hogar como en el colegio, para la “disciplina”, para que las personas nos acomodáramos a un molde común, y de alguna imposible manera, fuéramos todos uniformados en nuestras tan diversas formas de ser. Ese modelo se sigue aplicando hoy quizás con el mismo énfasis en nuestro sistema educativo. Existía incluso un nombre para los que se “desviaban” levemente o para los que se atrevían a desafiar el sistema, los que además recibían el repudio del desprestigio social, dentro del colegio. Todos los que se atrevían a demostrar su verdadera esencia, eran aislados y alienados de los círculos de pertenencia. Hoy en día, nuestro sistema educativo, permanece funcionando de manera parecida. Los niños que tienen dificultades de “adaptación”, son tratados como un “problema” para este sistema, recibiendo retos, anotaciones, llamadas de atención, y mala fama dentro del colegio.
Se requerirán muchos años más, para que nuestro sistema educativo pueda generar las experiencias que provean confort emocional, seguridad afectiva, y autovalidación. Actualmente, se requiere la planificación de núcleos de experiencias escolares tempranas que favorezcan un desarrollo emocional saludable en nuestros niños.
Mariana Searle (Mayo, 2014).
Muchas personas, hoy en día experimentan las secuelas de haber sido educados en este rigor por el rigor, exagerado y tendiente a hacernos sentir disminuidos como seres humanos. Para muchos de nosotros, sanar esas experiencias tempranas requiere probablemente de mucho trabajo interior, junto tal vez, a la ayuda de profesionales.
La Retroalimentación Positiva
Es muy escasa nuestra costumbre de reconocer y decirnos unos a otros lo que apreciamos de cada uno, o aquellas cosas (habilidades, logros, cualidades), en las que nos valoramos mutuamente. Solemos caminar por la vida haciendo como que todo lo positivo, agradable, bueno que hacen los otros por sí mismos ó por nosotros es obvio: “Con su deber no más cumplen”. Que otros nos ayuden, nos colaboren, hagan su parte del trabajo para que todo funcione, es una especie de deuda que nos tiene la vida, y que simplemente merecemos por que sí. No quiero decir con esto que tengamos que comenzar a hacer las cosas sólo para que nos agradezcan o feliciten a cada segundo.
Definitivamente vivimos en una cultura deficitaria en retroalimentación, tanto para las cosas agradables, los gestos hermosos, las conductas y reacciones que traen mayor unión y agrado; como para ser claros y descriptivos, y no OFENSIVOS, a la hora de ayudar a otro a que acierte con el rumbo o la manera en que hace las cosas, es decir, corrija, enmiende. En cierta forma podríamos decir que tenemos una lado ciego: el hábito del reconocimiento alegre, para brindar apoyo sincero, a nuestros semejantes, a través de palabras y gestos genuinos de retroalimentación. Tendemos a hacer críticas generales de carácter personalizado, es decir, atacando a la otra persona en forma global, Acostumbramos a entregar retroalimentación correctiva, cuando estamos ya enojados o “hartos” de no decir nada con los repetidos errores de los otros. No tenemos la costumbre, ni el entrenamiento para retroalimentar a otros en forma continua, de manera que los rumbos habitualmente no se enmiendan a tiempo, por lo que se generaron problemas que continúan avanzado en su gravedad.
Es clásico, el reconocimiento a fin de año, de lo que sea: diplomas, galvanos, que en sí mismos siempre tienen una noble intención; o las promesas: si te portas bien ahora, a fin de año te puedes ganar un….
La retroalimentación más útil es la que es descriptiva, inmediata, y realizable por el que la recibe. Cuando el cambio que se pide al otro es: global, confuso; se introducen o mencionan varias áreas del comportamiento a la vez; ó se realiza en forma de queja (ej: “ Lo que pasa es que tu eres muy fregada/o, te enojas siempre y nunca me escuchas, me tienes cabreado/a”.), está demostrado que es inefectivo, y contribuye a enorme frustración y rencor. Asimismo, la retroalimentación sobre los aspectos positivos, es más efectiva, cuando contiene una descripción sobre lo que nos agrada, sorprende, alegra, de lo que hace el otro (¡Me encanta tu ternura!; Disfruto muchísimo nuestras conversaciones; Gracias por ayudarme a buscar esta información, es muy importante para mí).
Les invito a comenzar lo antes posible. ¡La pobreza de palabras y gestos para mejorar nuestra unión como seres humanos, es la más inexcusable de todas!
Mariana Searle, (Abril, 2014)
Definitivamente vivimos en una cultura deficitaria en retroalimentación, tanto para las cosas agradables, los gestos hermosos, las conductas y reacciones que traen mayor unión y agrado; como para ser claros y descriptivos, y no OFENSIVOS, a la hora de ayudar a otro a que acierte con el rumbo o la manera en que hace las cosas, es decir, corrija, enmiende. En cierta forma podríamos decir que tenemos una lado ciego: el hábito del reconocimiento alegre, para brindar apoyo sincero, a nuestros semejantes, a través de palabras y gestos genuinos de retroalimentación. Tendemos a hacer críticas generales de carácter personalizado, es decir, atacando a la otra persona en forma global, Acostumbramos a entregar retroalimentación correctiva, cuando estamos ya enojados o “hartos” de no decir nada con los repetidos errores de los otros. No tenemos la costumbre, ni el entrenamiento para retroalimentar a otros en forma continua, de manera que los rumbos habitualmente no se enmiendan a tiempo, por lo que se generaron problemas que continúan avanzado en su gravedad.
Es clásico, el reconocimiento a fin de año, de lo que sea: diplomas, galvanos, que en sí mismos siempre tienen una noble intención; o las promesas: si te portas bien ahora, a fin de año te puedes ganar un….
La retroalimentación más útil es la que es descriptiva, inmediata, y realizable por el que la recibe. Cuando el cambio que se pide al otro es: global, confuso; se introducen o mencionan varias áreas del comportamiento a la vez; ó se realiza en forma de queja (ej: “ Lo que pasa es que tu eres muy fregada/o, te enojas siempre y nunca me escuchas, me tienes cabreado/a”.), está demostrado que es inefectivo, y contribuye a enorme frustración y rencor. Asimismo, la retroalimentación sobre los aspectos positivos, es más efectiva, cuando contiene una descripción sobre lo que nos agrada, sorprende, alegra, de lo que hace el otro (¡Me encanta tu ternura!; Disfruto muchísimo nuestras conversaciones; Gracias por ayudarme a buscar esta información, es muy importante para mí).
Les invito a comenzar lo antes posible. ¡La pobreza de palabras y gestos para mejorar nuestra unión como seres humanos, es la más inexcusable de todas!
Mariana Searle, (Abril, 2014)